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El famoso escritor M. J. de Larra incitando al exterminio de carlistas, en 1833.
Espeluznante documento de odio.
AL INICIO DE LA GUERRA DINÁSTICA, EN 1833, EL FAMOSO ESCRITOR Y PERIODISTA M. J. DE LARRA INCITA, CON SARCÁSTICOS INSULTOS, AL "COLGAMIENTO" DE “LOS FACCIOSOS DE ROA Y VIZCAYA”,
"-LA PLANTA NUEVA, O EL FACCIOSO-
(Revista Española, n.º 116, 10 de noviembre de 1833.)
“Razón han tenido los que han atribuido al clima influencia directa en las acciones de los hombres; duros guerreros ha producido siempre el norte, tiernos amadores el mediodía, hombres crueles, fanáticos y holgazanes el Asia, héroes la Grecia, esclavos el África: seres alegres e imaginativos el risueño cielo de Francia, meditabundos aburridos el nebuloso Albión. Cada país tiene sus producciones particulares: he aquí por qué son famosos los melocotones de Aragón, la fresa de Aranjuez, los pimientos de Valencia y los facciosos de Roa y de Vizcaya.
Verdad es que hay en España muchos terrenos que producen ricos facciosos con maravillosa fecundidad; país hay que da en un solo año dos o tres cosechas; puntos conocemos donde basta dar una patada en el suelo, y a un volver de cabeza nace un faccioso. Nada debe admirar por otra parte esta rara fertilidad, si se tiene presente que el faccioso es fruto que se cría sin cultivo, que nace solo y silvestre entre matorrales, y que así se aclimata en los llanos como en los altos; que se trasplanta con facilidad y que es tanto más robusto y rozagante cuanto más lejos está de población. Esto no es decir que no sea también en ocasiones planta doméstica; en muchas casas los hemos visto y los vemos diariamente, como los tiestos en los balcones, y aun sirven de dar olor fuerte y cabezudo en cafés y paseos. El hecho es que en todas partes se crían; sólo el orden y el esmero perjudican mucho a la cría del faccioso, y la limpieza, y el olor de la pólvora sobre todo, le matan. El faccioso participa de las propiedades de muchas plantas; huye, por ejemplo, como la sensitiva al irle a echar mano; se cierra y esconde como la capuchina a la luz del sol, y se desparrama de noche; carcome y destruye como la ingrata hiedra el árbol a que se arrima; tiende sus brazos como toda planta parásita para buscar puntos de apoyo; gústanle sobre todo las tapias de los conventos, y se mantiene, como esos frutos, de lo que coge a los demás; produce lluvia de sangre como el polvo germinante de muchas plantas...
Es planta peculiar de España, y eso moderna, que en lo antiguo o se conocía poco, o no se conocía por ese nombre; la verdad es que ni habla de ella Estrabón, ni Aristóteles, ni Dioscórides, ni Plinio el joven, ni ningún geógrafo, filósofo ni naturalista, en fin, de algunos siglos de fecha. Los facciosos, por ejemplo, sin embargo de su gusto por el despoblado, júntanse, como los lobos, en tropas, por instinto de conservación; se agarran con todas sus ramas al perdido caminante ...; le chupan el jugo y absorben su sangre, que es su verdadero riego, como las demás plantas el rocío. Otra cosa más particular. Es planta enemiga nata de la correspondencia pública; dondequiera que aparece un correo, nacen en el acto, de las mismas piedras, facciosos por todas partes; rodéanle, enrédanle sus ramas entre las piernas, súbensele por el cuerpo como la serpentaria, y le ahogan; si no suelta la valija, .... Diranme ahora, ¿y para qué quieren la valija, si no saben leer? ... los facciosos, sobre todo los más talludos y los vástagos principales, se agarran a las cajas de fondos de las administraciones; y plata que tiene roce con facciosos pierde toda su virtud, porque desaparece.¡Rara afinidad química! Así que, en tiempos revueltos, suélese ver una violenta ráfaga de aire que da con un gran manojo de facciosos, arrancados de su tierra natural, en algún pueblo, el cual dejan exhausto, desolado y lleno de pavor y espanto. Meten por las calles un ruido furioso a manera de proclama, y es niñería querer desembarazarse de ellos, teniendo dinero, sin dejársele; bien así como fuera locura querer salir de un zarzal una persona vestida de seda, sino desnuda y arañada.
Muchas de las calidades de esta estrambótica planta pasamos en silencio, que pueden fácilmente de las ya dichas inferirse, como son las de albergarse en tiempos pacíficos entre plantas mejores, como la cizaña entre los trigos, y pasar por buenas, y tomar sus jugos de donde aquéllas los toman, y otras. Planta es, pues, perjudicial y aun perjudicialísima, el faccioso; pero también la naturaleza, sabia en esto como en todo, que al criar los venenos crió al paso los antídotos, dispuso que se supiesen remedios especiales a los cuales no hay mata de facciosos que resista. Gran vigilancia sobre todo, y dondequiera que se vea descollar uno tamaño como un cardillo, arrancarle; hacer ahumadas de pólvora en los puntos de Castilla que, como Roa y otros, los producen tan exquisitos, es providencia especial; no se ha probado a quemarlos como los rastrojos, y aunque éste es remedio más bien contra brujas, podría no ser inoportuno, y aun tengo para mí que había de ser más eficaz contra aquéllos que contra éstas. El promover un verdadero amor al país en todos sus habitantes, abriéndoles los ojos para que vean a los facciosos claros como son y los distingan, sería el mejor antídoto; pero esto es más largo y para más adelante, y ya no sirve para lo pasado. Por lo demás, podemos concluir que ningún cuidado puede dar a un labrador bien intencionado la acumulación del faccioso, pues es cosa muy experimentada que en el último apuro la planta es también de invierno, como si dijéramos de cuelga; y es evidente y sabido que una vez colgado este pernicioso arbusto y altamente separado de la tierra natal que le presta el jugo, pierde como todas las plantas su virtud, es decir, su malignidad. Tiene de malo este último remedio que para proceder a él es necesario colgarlos uno a uno, y es operación larga. Somos enemigos además de los arbitrios desesperados, y así, en nuestro entender, de todos medios contra facciosos parécenos el mejor el de la pólvora, y mas eficaz aun la aplicación de luces que los agostan, y ante las cuales perecen corridos y deslumbrados.”
M. J. DE LARRA (1809-1837)
Obras completas de Figaro: pseudonyme - Mariano José de Larra - Google Libros PAG. 393